17 jun 2013

Verano

Por muchas muchas cosas que tenga en la cabeza, es verano, está claro. Ha llegado, es playa, olor a crema, mucha sandía, mango, sudar, beber y cine al aire libre, noches de ventilador, libros de autores rusos, doctor en alaska, ópera y cerveza.
Cada verano lo mismo, cada verano más.
Buena parte del anterior la pasé trabajando, este tiene toda la pinta de ser igual, pero las noches y algunas horas serán mías y esta vez sí que me merezco cosas ricas.
CICUS fue una excelente solución para las noches de verano, y tiene pinta de volverlo a ser este año. Muchas noches de calor, cuando por fin corría aire (incluso algún día tuve que usar el pañuelo blanco grande que llevo a la playa para taparme), caminar hacia el barrio de Santa Cruz, parar en la casa que está llena de yedra y de la que salen dos columnas, caminar por las calles frías y llegar a CICUS al cine de verano. Este año no pinta mal, y yo me estreno el miércoles con este plan:

21:30 Jazzul mezcla el Jazz vocal, funk acústico y la bossa nova en sus composiciones originales de autor, a la vez que incorpora también estándares de blues y jazz, integrando así su concepto de fusión de las culturas mediterráneas, tanto en catalán como en castellano, a la vez que las desarrolla hacia el estilo contemporáneo de la influencia Anglosajona.

22:30 PROYECCIÓN AL FINAL DE LA ESCAPADA (Jean-Luc Godard, 1960, Francia, 89 min., VOSE)
Michel Poiccard es un ex-figurante de cine admirador de Bogart. Tras robar un coche en Marsella para ir a París, mata fortuitamente a un motorista de la policía. Sin remordimiento alguno por lo que acaba de hacer, prosigue el viaje. En París, tras robar dinero a una amiga, busca a Patricia, una joven burguesa americana, que aspira a ser escritora y vende el New York Herald Tribune por los Campos Elíseos; sueña también con matricularse en la Sorbona y escribir algún día en ese periódico. En Europa cree haber hallado la libertad que no conoció en América. Lo que Michel ignora es que la policía lo está buscando por la muerte del motorista.

13 jun 2013

Capítulo 10000

Barcelona me salvó la vida hace como...4 años.
Y me ha dado mucho, mucho mucho.

En Barcelona hice amigos de casi cualquier sitio, tuve compañeros de piso de 6 países diferentes, gente local, gente que terminó siendo mi gente.

Encontré, un espacio, un sitio y un modo de vida, una ciudad que corría y aún así me permitía seguir yendo al ritmo que marca mi lugar de nacimiento, que muy acelerado no es...

Hace año y medio que volví al sur con todo lo que eso costaba, con todos los cambios que suponía. Y al final me gusta. Me gusta mi sitio, mi trabajo, mi gato, mi casa y la gente, la vida. Extraño cosas, sí, pero he ganado muchas.

Este fin de semana fui de vuelta, por un motivo tan dulce como salado. Mi amiga se casa y me hace muy partícipe, y además, se marcha. Igual que me marché yo y se me ha ido yendo mucha gente, y muchos simplemente se han dispersado, se han perdido. Yo que no soy en absoluto una persona de bodas, me emocioné al verla tan feliz, con la cara diferente, y con un vestido que le trasladaba a lo que hoy es casi ya su realidad. Verla, reírnos, soltar alguna lágrima, cantar en la calle, y compartir eso, valió más que mil decepciones.

Un fin de semana que debía de estar lleno de cariño y de risas, por muchos motivos se fue al carajo al día siguiente.

El domingo fue un día terrible, un día que se preveía desde que el viernes a las dos de la mañana, llegando del aeropuerto, veía por la ventanilla del coche una ciudad demasiado grande, demasiado oscura, muy envenenada. Lo tendría que haber sabido supongo.

Pero el caso de lo que fue Barcelona, es el domingo. Por muchas cosas, por orgullo, por rabia, por perderme en la que había sido mi casa, terminé bajando hasta la rambla con dos lagrimones que se juntaban en el pecho. Me fui al único sitio donde pensé que podría respirar y dejar de llorar. Fui al patio del CCCB, a mirar toda la ciudad y el mar en el reflejo del edificio, y de ahí al MACBA, a pasear, a ver lo que hubiera, a ver a los niños hacer las actividades didácticas de los fines de semana. Subí la rampa y entré en la exposición temporal. Paseé, ojeé, me entretuve con los libros que había atados en una cuerda, y de pronto, entre mi mal sabor de boca, algo desde el otro lado de la sala me pegó un tirón del alma. Una pieza que vi de pequeña, según mi madre en el primer viaje a Barcelona. Filas de chocolate que esconden tiras con un mensaje, un poema en alemán escrito por el artista, que a medida que el chocolate se biodegrada, va revelando el texto.

Una obra que tanto he recordado y que tantas veces me vino a la mente, estaba ahí, el artista es Dieter Roth, y ahí el "mar de chocolate". Salí con media sonrisa de la sala, y tras un rato en la rampa, me fui a La Central, a comprarme un libro, algo para mí, porque me lo merecía, un libro más: "la paradoja del conservador", un cuaderno en cuya portada pone "Duchamp is innocent" y un móvil para colgar del techo de la casa nueva. Y de ahí salí, medio curada, más reconciliada, y menos conciliadora. Es extraño, cómo la gente no entiende hasta qué punto el Arte y Cádiz me ayudan a respirar mejor.

Patricia prácticamente me recogió, igual que había hecho antes Paula, y me llevó a comer y a reír y a contarme y a que le contara, a leer conmigo a Kavafis, trozos de mi nuevo libro y alguna canción innombrable.
Me despedí de ella y volví a casa de Paula, a dormir unas cuantas horas, y al despertar se hizo todo mucho más verdad, a veces te cruzas personas que simplemente no son reales, no están ahí, les puedes ver, quizás tocar, pero no son de verdad, no pueden estar, o no saben estar.

Pero llamó Carmen, vino Paula a darme parte de su legado y fue llegando más gente y de pronto volví a sentir. Así.

Eso es Barcelona, sentir, dejar de sentir, volver a sentir. Es un "sí"muy grande, es muy de verdad, porque lo que me queda allí es muy real, aunque se esté yendo poco a poco. Los que queden buenos serán, de ella me llevo todo o casi todo, y me lo traigo al sur.

A esta ciudad, llena llena de Arte y llena llena de esquinas, me la he tatuado, cada galería, cada librería, cada bar y cada amigo. Cada uno de los que no pude ver en este viaje.

Al viaje me llevé el libro de "el arte de la guerra" que además de ser un buen regalo, era algo que tenía pendiente leer por un proyecto del trabajo, y al final, aunque tantas veces me tropiece, sigo creyendo en la gente, como decía Patricia, a mí me gusta creer en la humanidad, en lo que va más allá de las circunstancias. Y aunque es realmente interesante, no sé hasta qué punto puedo controlar vivir con una estrategia. Prefiero al final no vivir en la batalla y mucho menos meterme en guerras perdidas.

Aún con todo, te voy a echar de menos BCN.