Como
es mi blog, puedo hablar de lo que me de a mí la real gana.
Y esto que voy a contar no tiene nada de artístico, nada de estética, muy poca filosofía y apenas lógica.
Se murió Chávez ¿anoche?.
Para el que no lo sepa, aunque yo creo que lo sabe bastante gente, soy medio venezolana, medio española. Cuando digo esto la gente rápidamente piensa que soy hija de emigrantes canarios o gallegos. No no, soy hija de un lado completamente venezolano y de un lado completamente andaluz. Primera sangre sucia de la familia. Y con orgullo, la verdad.
El tema es que mi madre, como buena inmigrante aquí en España, y al tener solo una hija yo creo que se propuso mantener alta la bandera y la buena mujer se empeñó desde que tengo memoria que sea como ella dice: mitad y mitad.
Discos de 4.40, Celia Cruz y los Billo's en casa a todo trapo, baile, nanas, arepas, perico, queso, telenovelas, tequeños en los cumpleaños. Cuando la gente apenas sí celebraba, mis fiestas eran como las de cualquier niña venezolana, porque había piñata. Cuando cumplí... (no sé qué años cumplí, pero el tema de la fiesta era Daisy, la novia de Donald) le dije a los niños que invitaba que habría tarta, y gelatina y tequeños y una piñata. ¿Qué es una piñata?.
Mi madre me regañaba a grito pelado con un "carajita del coño" o para mi mayor temor un "Andrea Marta" que hacía que se me estremeciera hasta el último pelo mezclado.
Con el tiempo íbamos y veníamos a Venezuela, llamadas cortitas que eran muy caras "mi amor me despedido que esto les va a salir carísimo, Dios me la bendiga". Los paquetes llegaban y salían, aunque era difícil porque cuando yo era pequeña apenas sí veías venezolanos aquí y a los que conocías te aferrabas, porque aprovechabas sus viajes para enviar cosas a la familia. Fotos, regalos, cartas...
Luego llegó internet, las tarjetas prepago de llamadas, los móviles...
Para mí Venezuela era el sitio donde todo llegaba antes: películas, canciones, juguetes...había más sabores de helados, y las cosas eran más bonitas.
Y luego empezaron los cambios, disparos, muertos, y una palabra nueva que se oía en todos lados: malandros.
Mi familia, que no es que fueran adinerados precisamente empezaba a explicarme cosas, y veía a mi abuelo, un hombre muy robusto, barrigón y muy tierno, y que se había matado a trabajar toda su vida, que refunfuñaba en la silla del balcón.
Durante todo el tiempo que no pudimos ir a Caracas pasaron mil cosas, y ya estando en la Universidad volví para ver lo peor. "No te pongas eso, no hables en el metro, no ese carrito por puesto no se puede agarrar, date prisa que oscurece, no eso ya no se consigue aquí...".
Vi a mi madre casi llorar en un supermercado porque la imagen era tercermundista, y cada vez oí hablar más de miseria, pero no del pobre, si no del miserable.
Mi madre desde España empezó a implicarse mucho en todo el tema, cosa que a mi me revienta, pero si lo pienso supongo que entiendo que cuando estás solo tan lejos, y ves que tu tierra se desmorona, algo tienes que hacer para sentir que puede quedar un poco de ella. Yo por mi parte en Madrid fui a cuanta manifestación hubo, y tuve la oportunidad de encontrarme con Chávez de frente en la Complutense cuando apenas llevaba unas semanas viviendo en la capital. Alguien me dijo en el desayuno que Chávez iba a hablar en la complutense. ¿De qué? ¿De revolución?.
Me cogí un bus y me fui a Somosaguas lugar inhóspito donde los haya para encontrarme con un montón de estudiantes con la palestina gritando "...la espada de Bolívar por América Latina". Tiene gracia eso, contando con que Bolívar era un Oligarca, pero vale. Y me vino algo muy fuerte, superior a mí, me temblaron las piernas y empecé a gritar "mentiroso! corrupto! manipulador! asesino! traidor!". Casi me come la masa como al personaje de el Perfume. Casi me traga. Seguí gritando desde el hueco de la escalera "corrupto! mentiroso!" y alguien tiró de mí para atrás con una bandera con ocho estrellas. La furia es una cosa que no responde a la lógica. "Suéltame! - Respeta a mi comandante! - De dónde eres estúpido? - De Madrid, y qué? - Pues entonces cállate, ve para allá y mámatelo tú!".
Al terminar me senté en un escalón, no cabía la gente en la sala, afortunadamente para mí, porque a saber cómo habríamos acabado.
Se me acercaron un grupo de gente que me invitó a desayunar. Eran estudiantes venezolanos, muy indignados y dolidos que me contaron muchas cosas que hicieron que se me pasara el hambre. Uno me acompañó de vuelta a Madrid y me dijo que fuera con cuidado dándome un periódico gratuito en el que un artículo contaba que a un chico que había hecho lo mismo que yo el día anterior en Atocha le había reventado la nariz. Ok, comprendido.
Seguí yendo a charlas, conferencias y debates. No sé para qué, para cabrearme y salir de allí con los 4 venezolanos y cubanos de turno diciendo lo mismo "qué cómodo es hablar desde aquí".
He acompañado a mi madre en algunos de los referéndums, cargando café a la cola, y en Barcelona me aburrí de ver nuevo rico Venezolano, maleducado, irrespetuoso y profundamente necio, paseándose como si el mundo fuera suyo, como si su camisa roja mandara sobre todo lo demás. Porque ahora, al lado de su comandante "tiene plata".
Cada vez hay más y más venezolanos aquí, que vienen a estudiar o a trabajar, cargando con su familia al hombro y que tienen una historia a cuál peor, que te la cuentan con normalidad, porque como decía una amiga "hasta al fango se acostumbra uno".
Durante los últimos años he visto a uno de mis países irse a pique, a pique moral, humano, racional. A pique de ánimos, de seguridad, de lo que fue. Nadie echa de menos a Carlos Andrés, pero desde luego yo no le voy a echar de menos a él tampoco.
Me he pasado mucho tiempo, mucho antes de que se supiera que tenía cáncer diciendo, "es la única persona a la que le deseo la muerte". Se la deseé porque se la merecía, porque no dejó más opción que esa para que se terminara su periodo, porque su mentira, su ambición y su manipulación no tenía fin, y mucho me temo que no tiene fin ni después de que él dejara de respirar. Porque sin ningún ánimo de respeto puedo decir que la masa es muy estúpida, muy crédula y muy ciega.
Ahora solo me queda cruzar los dedos, y rezar lo que no me creo para esperar que pueda la cordura.
Lo que Chávez olvidó en el camino, o nunca supo, es que esta no era su historia, era la Historia del bravo pueblo.
Así que hoy, que te moriste, esta no es tu historia. Es la mía.
Y esto que voy a contar no tiene nada de artístico, nada de estética, muy poca filosofía y apenas lógica.
Se murió Chávez ¿anoche?.
Para el que no lo sepa, aunque yo creo que lo sabe bastante gente, soy medio venezolana, medio española. Cuando digo esto la gente rápidamente piensa que soy hija de emigrantes canarios o gallegos. No no, soy hija de un lado completamente venezolano y de un lado completamente andaluz. Primera sangre sucia de la familia. Y con orgullo, la verdad.
El tema es que mi madre, como buena inmigrante aquí en España, y al tener solo una hija yo creo que se propuso mantener alta la bandera y la buena mujer se empeñó desde que tengo memoria que sea como ella dice: mitad y mitad.
Discos de 4.40, Celia Cruz y los Billo's en casa a todo trapo, baile, nanas, arepas, perico, queso, telenovelas, tequeños en los cumpleaños. Cuando la gente apenas sí celebraba, mis fiestas eran como las de cualquier niña venezolana, porque había piñata. Cuando cumplí... (no sé qué años cumplí, pero el tema de la fiesta era Daisy, la novia de Donald) le dije a los niños que invitaba que habría tarta, y gelatina y tequeños y una piñata. ¿Qué es una piñata?.
Mi madre me regañaba a grito pelado con un "carajita del coño" o para mi mayor temor un "Andrea Marta" que hacía que se me estremeciera hasta el último pelo mezclado.
Con el tiempo íbamos y veníamos a Venezuela, llamadas cortitas que eran muy caras "mi amor me despedido que esto les va a salir carísimo, Dios me la bendiga". Los paquetes llegaban y salían, aunque era difícil porque cuando yo era pequeña apenas sí veías venezolanos aquí y a los que conocías te aferrabas, porque aprovechabas sus viajes para enviar cosas a la familia. Fotos, regalos, cartas...
Luego llegó internet, las tarjetas prepago de llamadas, los móviles...
Para mí Venezuela era el sitio donde todo llegaba antes: películas, canciones, juguetes...había más sabores de helados, y las cosas eran más bonitas.
Y luego empezaron los cambios, disparos, muertos, y una palabra nueva que se oía en todos lados: malandros.
Mi familia, que no es que fueran adinerados precisamente empezaba a explicarme cosas, y veía a mi abuelo, un hombre muy robusto, barrigón y muy tierno, y que se había matado a trabajar toda su vida, que refunfuñaba en la silla del balcón.
Durante todo el tiempo que no pudimos ir a Caracas pasaron mil cosas, y ya estando en la Universidad volví para ver lo peor. "No te pongas eso, no hables en el metro, no ese carrito por puesto no se puede agarrar, date prisa que oscurece, no eso ya no se consigue aquí...".
Vi a mi madre casi llorar en un supermercado porque la imagen era tercermundista, y cada vez oí hablar más de miseria, pero no del pobre, si no del miserable.
Mi madre desde España empezó a implicarse mucho en todo el tema, cosa que a mi me revienta, pero si lo pienso supongo que entiendo que cuando estás solo tan lejos, y ves que tu tierra se desmorona, algo tienes que hacer para sentir que puede quedar un poco de ella. Yo por mi parte en Madrid fui a cuanta manifestación hubo, y tuve la oportunidad de encontrarme con Chávez de frente en la Complutense cuando apenas llevaba unas semanas viviendo en la capital. Alguien me dijo en el desayuno que Chávez iba a hablar en la complutense. ¿De qué? ¿De revolución?.
Me cogí un bus y me fui a Somosaguas lugar inhóspito donde los haya para encontrarme con un montón de estudiantes con la palestina gritando "...la espada de Bolívar por América Latina". Tiene gracia eso, contando con que Bolívar era un Oligarca, pero vale. Y me vino algo muy fuerte, superior a mí, me temblaron las piernas y empecé a gritar "mentiroso! corrupto! manipulador! asesino! traidor!". Casi me come la masa como al personaje de el Perfume. Casi me traga. Seguí gritando desde el hueco de la escalera "corrupto! mentiroso!" y alguien tiró de mí para atrás con una bandera con ocho estrellas. La furia es una cosa que no responde a la lógica. "Suéltame! - Respeta a mi comandante! - De dónde eres estúpido? - De Madrid, y qué? - Pues entonces cállate, ve para allá y mámatelo tú!".
Al terminar me senté en un escalón, no cabía la gente en la sala, afortunadamente para mí, porque a saber cómo habríamos acabado.
Se me acercaron un grupo de gente que me invitó a desayunar. Eran estudiantes venezolanos, muy indignados y dolidos que me contaron muchas cosas que hicieron que se me pasara el hambre. Uno me acompañó de vuelta a Madrid y me dijo que fuera con cuidado dándome un periódico gratuito en el que un artículo contaba que a un chico que había hecho lo mismo que yo el día anterior en Atocha le había reventado la nariz. Ok, comprendido.
Seguí yendo a charlas, conferencias y debates. No sé para qué, para cabrearme y salir de allí con los 4 venezolanos y cubanos de turno diciendo lo mismo "qué cómodo es hablar desde aquí".
He acompañado a mi madre en algunos de los referéndums, cargando café a la cola, y en Barcelona me aburrí de ver nuevo rico Venezolano, maleducado, irrespetuoso y profundamente necio, paseándose como si el mundo fuera suyo, como si su camisa roja mandara sobre todo lo demás. Porque ahora, al lado de su comandante "tiene plata".
Cada vez hay más y más venezolanos aquí, que vienen a estudiar o a trabajar, cargando con su familia al hombro y que tienen una historia a cuál peor, que te la cuentan con normalidad, porque como decía una amiga "hasta al fango se acostumbra uno".
Durante los últimos años he visto a uno de mis países irse a pique, a pique moral, humano, racional. A pique de ánimos, de seguridad, de lo que fue. Nadie echa de menos a Carlos Andrés, pero desde luego yo no le voy a echar de menos a él tampoco.
Me he pasado mucho tiempo, mucho antes de que se supiera que tenía cáncer diciendo, "es la única persona a la que le deseo la muerte". Se la deseé porque se la merecía, porque no dejó más opción que esa para que se terminara su periodo, porque su mentira, su ambición y su manipulación no tenía fin, y mucho me temo que no tiene fin ni después de que él dejara de respirar. Porque sin ningún ánimo de respeto puedo decir que la masa es muy estúpida, muy crédula y muy ciega.
Ahora solo me queda cruzar los dedos, y rezar lo que no me creo para esperar que pueda la cordura.
Lo que Chávez olvidó en el camino, o nunca supo, es que esta no era su historia, era la Historia del bravo pueblo.
Así que hoy, que te moriste, esta no es tu historia. Es la mía.