1 may 2012

Erotismo


Llevo ya unos cuantos posts un poco chorras... pero es que mi trabajo y el blog con Elena (y una discusión que tengo vía mail hace ya dos o tres semanas sobre filosofía y arte) me tienen el seso comido. Particularmente los últimos cuatro días me han exprimido el cerebro como se queda la última naranja del domingo por la mañana; absolutamente en blanco por dentro.
Pero voy a hacer de tripas corazón y voy a sacar un texto en el que llevo pensando unos días.
He escuchado últimamente en demasiadas ocasiones lo de "es que esta obra es muy bonita, pero no significa nada", y esta frase que me tiene ya un poco irritada, es la que inspira este texto:

Estuve hace poco leyendo cosas sobre el erotismo de la imagen. 
Erotismo (RAE):

(Del gr. ρως, ἔρωτος, amor, e -ismo).
1. m. Amor sensual.
2. m. Carácter de lo que excita el amor sensual.
3. m. Exaltación del amor físico en el arte.


Y hablaban del erotismo en el sentido sugestivo de la imagen, de su belleza pura y dura. La imagen estática o en movimiento, la imagen como objeto en el espacio o como espacio contenedor. La imagen al fin y al cabo, el reflejo en nuestra retina.

¿Puede ese erotismo ser más potente que el propio significado de la imagen? es más, ¿puede ser el erotismo que nos incita a mirar y a querer más de esa belleza, más potente que el significado original de la imagen? Quizás, sí. El momento erótico, borra en ocasiones todo el contenido anterior que acarrea la imagen que admiramos. 

¿Puede ser erótico algo no visible, inmaterial? Pues probablemente, pero eso en este momento no me interesa.

Yo estoy pensando en la importancia de la belleza que te obliga a mirar y a no apartar la vista, a clavar los ojos de manera viciosa, con la misma curiosidad que un gato aguarda tras un agujero. Hablo del erotismo en el sentido propio de la imagen que levanta una sensación interna. Y no me refiero solo a lo sexual, si no al que te revuelve las entrañas. De ese hablo.

El otro día me leí una entrevista de El País a Vargas Llosa, en el que hablaba de muchas cosas con las que no estoy nada de acuerdo, pero mencionaba la pérdida del erotismo en nuestra sociedad. Y ahí sí le tengo que dar la razón, al César lo que es del César.

Y es que hoy se toca, se abusa y se desgasta cuando se quiere. Pero ¿qué pasa con esas imágenes que no podemos violar? ¿Y esos espacios que no podemos llevarnos a casa? Pues que son aún más eróticos, porque el deseo que despiertan es inalcanzable.

Es como entrar en una sala llena de imágenes que te sobrecogen y se relacionan contigo visualmente, las puedes tocar, incluso quizás las puedes oler, imagínate que las puedes traspasar hasta sentirte dentro, pero ahí acaba el cuento, las admiras, las deseas, las intentas comprender y el tiempo se acaba y no son para ti. Eso es erotismo visual.

Recuerdo muy claramente la primera vez que tuve esa sensación, fue Italia. visitando el Vaticano vagando por sus salas, una amiga me arrastró escaleras abajo porque había algo que tenía que ver. No sabía qué obra era, ni a quién pertenecía, y de pronto me vi parada delante de lo que para mí era una talla perfecta: el chico que se encargaba del guardarropa. Yo tenía 16 años y no había visto a nadie así en mi vida. Nos quedamos las dos paradas delante de él, separadas por el mostrador, él nos miraba mientras descolgaba un abrigo de una percha y yo solo veía su pelo negro un poco descuidado y los ángulos tan perfectos de su cara, y como su piel encajaba a la perfección con el color de la madera del guardarropa, como si estuvieran hechos del mismo material.

Me pasé no sé los minutos mirándole mientras mi amiga se reía bajito. Tiró de mí y nos fuimos las dos un poco aturdidas aún. 

Unos días después fuimos a Florencia, y al entrar en la sala donde estaba el David de Miguel Ángel volví a sentirme del mismo modo, me encajaba su cara y su cuerpo, y el semblante serio. Me parecía más adecuado aún que estuviese sobre un pedestal. Di vueltas entorno a él durante todo el tiempo que teníamos para ver la sala llena de otras cosas que ni me molesté en mirar. Me quedé pensando solo en la necesidad de tocarlo, de llevarlo a casa y mirarlo tanto como quisiera. Y más tarde cuando vi la réplica en la calle, apenas la observé, me parecía vulgar, no era él.

Unos años más tarde, en Japón, coincidí con una chica también occidental (creo que era inglesa) en un hotel tradicional a las afueras de Sendai. Era una chica muy simple, ancha, mal vestida y peinada, con unas gafas de metal que le hacían flaco favor. Vestía camisetas de colores y vaqueros antiguos que resaltaban sus grandes piernas de inglesa tosca. Llevaba el pelo en una cola baja con la raya en el centro, el pelo rubio ceniza y la tez blanca como la leche. La típica que se le irrita la piel con el frío y el calor, y siempre tiene los lóbulos de las orejas y los nudillos de un rojo enfermizo. Desde luego era una chica que no te pararías a mirar.

Una noche bajamos a los baños, allí se separan por sexos y todas íbamos desnudas, con una toalla minúscula de piscina en piscina. Esa noche decidimos salir a la exterior cuya agua casi hervía. Estaba nevando sobre el río que bordeaba y pasaba debajo del hotel, y yo pensé que como experiencia estaba genial y como potencial resfriado también. El caso es que salimos al exterior todas congeladas, y corrimos a esa bañera de agua que echaba vapor. La chica insípida se sumergió en el agua y cuando salió juro por mi vida que ví el nacimiento de la Venus de Boticelli delante de mis ojos. Me tuve que quedar de piedra, ahí sentada, desnuda con las piernas en el agua y la nieve cayéndome encima, vi cómo salía con el pelo rubio pegado al pecho, sus formas eran redondas y perfectas, la piel llena de sangre, no parecía ya enfermizo el rojo de sus mejillas y de su cuerpo. Era la belleza renacentista hecha persona. Duró un segundo solo. Afortunadamente para mí porque casi me caigo al río de la impresión o muero por el síndrome de Stendhal. Al momento volvió a convertirse en el pequeño bichito que era antes, pero esa imagen fue suprema. 



Pongo el ejemplo del erotismo físico porque es el más alcanzable para todos, pero espero que se entienda mi intención. Lo que vengo pensando al fin y al cabo es lo que he dicho más arriba, la visión erótica, la belleza, el deseo de ser parte de ella, es en ocasiones el propio contenido de la imagen que admiramos. Y por lo tanto, cuando vemos una obra de arte, sea del tipo que sea, arquitectónico, pictórico o folclórico, no hace falta que siempre tenga un gran contenido, solo un buen concepto, una idea sobre la que se apoye esa belleza, una luz que la ilumine u oculte, y nosotros para admirar.






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